domingo, 19 de junio de 2016

LAS TORTUGAS VUELAN

- Cariño, ¿guardaste ayer el dinero en la tortuga?.
- Sí... Bueno, dejé 200 euros en la mesilla de la niña porque ya sabes que se quiere comprar un MP3.
Los Villanueva siempre escondían el dinero que había en casa, en el caparazón de tortuga que decoraba la mesa bajita -al lado de las revistas- del hall, donde todas las visitas acababan preguntando por el precioso vertebrado  del Caribe. Nadie podía suponer que algo que estaba tan a la vista, era la caja de caudales de los que vivían en esa casa.
La tortuga tenía una pata falsa y por ahí se accedía a un gran hueco donde se podía meter el dinero. El dinero no se puede tener rodando, como aconsejan siempre los abuelos. Además, era un gran animal para podérselo llevar en un descuido y, por otro lado, el carey es más inexpugnable que una hucha convencional.
Blanca y Carol, las dos niñas del matrimonio siempre habían tenido desde pequeñas esos galápagos que son el mejor sucedáneo cuando los padres prohíben terminantemente tener una mascota grande en casa. Nada comparable, por lo tanto, al ejemplar que lucía disecado y que papá trajo como souvenir de un viaje de negocios a Cuba.
No eran los Villanueva una familia acomodada, pero pertenecían a esa clase media alta a la que no le falta de nada. Vivían en una urbanización de moda de la carretera de la Coruña, a unos 60 km. de Madrid, cerca de La Maliciosa, la primera montaña que se se cubre de nieve cuando llega el invierno a a la capital;  y como las parcelas eran grandes, el padre siempre se reservaba en la parte de atrás un pequeño huerto, para recordar su niñez de pueblo donde los abuelos, terratenientes de una villa gallega, siempre habían disfrutado de frutales propios.
Pero Francis, este año, estaba desesperado. Los sábados que era cuando se ponía el traje de faena para meterse en la tierra y liberarse del estrés de la oficina, descubría que las hortalizas, los tomates y todo lo que había plantado apenas hacía dos meses alguien se las comía. ¿Sería una rata, una culebra...?. Perro, no había. Los gatos silvestres no comen esas cosas. Y otro animal no cabía por la malla metálica que cerraba la propiedad.
Dicen que los ladrones desordenan tu casa, tu corazón y tu vida cuando se llevan lo que es tuyo. Este ladrón de guante blanco dejaba las cosas intactas.
Carol, la pequeña, era castigada frecuentemente por su tendencia a mentir por todo y a crear fábulas.
La abuela María siempre comentaba, "esta niña miente más que Pinocho", ¿a quién habrá salido...?.
A renglón seguido Lucía, si estaba cerca, respondía murmurando, "a su hijo -refiriéndose a su marido- que desde se casó, no ha parado de contarme trolas... hasta que le pillé en la más gorda, cuando se lío con la secretaria".
Era domingo, y ese día Carol, soltó en el desayuno algo más gordo: "Esta mañana he visto volar a una tortuga".
Pues yo la acabo de ver en el recibidor... -le respondió Blanca, con un sonrisa caída, intentando avergonzarla-.
- La nuestra no, idiota.
- Lucía, la madre, después de ver la cara de desaprobación de su marido y sabiendo cómo solían terminar esas riñas de hermanas, enseguida puso fin a la controversia. ¿Y se puede saber que hacías levantada a las seis de la mañana y haciendo ruido?.
- Si sigues inventándote cosas y estupideces como la que nos acabas de decir, terminarás mal en la vida -dijo el padre-.
- Os juro que he visto una tortuga grande volando...
En ese momento sonó el timbre...
- ¡Hombre, Nicolás!. (Nicolás era el guarda de la urbanización). ¿Quiere tomar un café?.
- No, solo quería contarle Francis que esta mañana he visto la cosa más increíble de mi vida...
- Pero, pase, pase...
Blanca y Carol, cuando les prohibieron por las malas notas tener más animales en casa, nunca se deshicieron de los galápagos. Los echaron a la finca de al lado que nunca se terminaba de vender y donde no faltaban las hierbas y los frutos que caían maduros a la tierra. Allí fueron creciendo durante años y solo accedían bajo la tierra a la casa de los Villanueva cuando la cosecha del padre florecía y llenaba algo la despensa familiar.
Pero todos los ladrones tienen la vida corta. Ese día una gran tortuga no reparó que el peligro venía desde el aire. Un buitre, de los que viven en las montañas cercanas, -extraño que se acerquen tanto a la gente, pero el hambre cambia las conductas de animales y personas- cayó en picado desde la rama más alta  del viejo ciprés que daba sombra a la casa y de forma certera cogió entre sus garras a la tortuga, alejándose hacia el cielo.
Las tortugas a veces vuelan...

Emilio Javier.

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